lunes, 4 de mayo de 2009

5:45 A.m.

Las nubes no huyeron del cielo esa madrugada. Entre sueños desérticos, Nacho recordaba las palabras que su madre le había dirigido el día anterior.
-Pus ni modo. Te vas a tener que quedar solito. Ahí te dejo los guisados en el refri.
-¿No quera la última vez?
-Tu Tita está bien enferma, Nacho y, pus qué se le vahacer, tengo quirme pa allá, no hay diotra.
-Yo también voy, quiero ver a mis primos. Ya tiene rato que ni los veo. Además el Juanito me debe una vuelta en su coche, está repadre. Anda ma, anda…
-No, no, no, tú te quedas aquí mejor y juegas con los niños de doña Aurora pa provechar que también están de vacaciones. ¡Ya sé! Mejor hazle un dibujo a la Tita pa que se alivie pronto, con esos colorcitos rebonitos que te dieron con tus útiles. ¡Y no se te olvide llevarle el dinero a tu tío bien tempranito que lo necesita pa dar el cambio a sus clientes, ehhh!
Incluso el dibujo apareció en el sueño. Estaba el coche de Juanito frente a Canelo, el burro de su tío Eulalio. Esa tarde, Nacho no tenía muchas ganas de colorear, así que ni siquiera se tomó la molestia de terminar su dibujo. El color naranja fue el único que llamó la atención del niño, que coloreó un sol enorme, mucho más grande que el coche de Juan, hasta que salió de los bordes de la esfera gigante. El canto de los gallos, ése que en un principio odiaba tanto y al cual ya se había acostumbrado, despedazó su sueño y lo obligó a pararse para ver el reloj de la cocina: 5:10.
En medio de bostezos, Nacho metió en su mochila la bolsa del dinero que su madre había dejado sobre la mesa. Dudó en quedarse unas monedas para jugar volados con sus vecinos, pero recordó lo que sucedió la última vez que su tío se dio cuenta de lo sucedido: miró largo rato la cicatriz de quemadura en su antebrazo. Salió a la calle y dejó la puerta emparejada: pensó en tardar muy poco.
El sol comenzaba a asomarse a un costado del Chiquihuite e iluminaba poco a poco el cielo azul marino aún repleto de nubes. Nacho se puso en camino a la planta. Se fijó en una especie de bruma que no lo dejaba ver a lo lejos. Creyó que era uno de esos días en los que una nube bajaba del cielo y se quedaba en el pueblo hasta el día siguiente. Pensó en que tal vez el dibujo que hizo a su abuela debió tener una de esas nubes que tanto le agradaban hasta que los gritos de una niña desvanecieron cada pedazo del coche de Juanito y del burro de su tío. Comenzó a sentir calor debajo de la piel en medio de la penumbra del alba prematura. Los gritos de la niña se acercaron hasta que pudo verla corriendo en círculos a lo lejos, como queriendo quitarse un insecto de encima. Notó que el calor bajo su piel se incrementaba; poco a poco ese fuego que sentía se convirtió en un hielo que comprimió todo su cuerpo. Nacho comenzó a correr; sabía que no llegaría a ninguna parte.
Fue entonces cuando la primera explosión tuvo lugar.


El overol de los trabajadores aún no estaba sucio ese día. Don Eulalio apenas cruzaba las vías del tren. No eran ni las cinco de la mañana y todos ya esperaban afuera con su vaso de unicel en la mano, repleto de café. Al llegar, el viejo desmontó y bajó su canasta de Canelo.
-¡¿Quihubo Don Eulalio?! ¿Por qué tan tarde?
-Ps es que hora Don Julio no me quería abrir la panadería. Se ha de haber quedado dormido.
-¿Hora si tiene panquecitos u otra vez se le olvidaron al viejo ése?
Cuando todos los presentes habían tomado ya su pedazo de pan, Eulalio pensó en Nachito y su demora, pero, al recordar a su madre, su mirada se pegó en el cielo que aún no daba señales ni de luz, ni de vida.
-¿Y cómo está su jefecita? ¿Ya se mejoró?
-No, señor, ojalá la virgencita me la alivie. Pus justo hoy me voy pallá, pa la ciudá, pa verla cuando menos tantito. La Carmen ya se fue pallá desde ayer en la noche; ya ve que está relejos.
-Pues ojalá su hermana haya llegado con bien y que su madrecita ya se venga pronto pacá. ¿Quihubo Canelo? ¿Ora si vas a conocer la ciudá? Te va gustar, está rechula. ¡Namás no te vayas a perder ehhh!
Uno de los trabajadores dio la espalda a Eulalio y sus compañeros. Sus cejas se encontraron en un gesto de extrañeza. Olfateó un poco y siguió haciéndolo hasta que sus ojos derramaron el miedo que parecía haber reunido el aroma matinal. Dejó caer su café y su dona recién mordida y entró a la planta corriendo.
Para cuando llegó, la alarma ya había comenzado a sonar.


Doña Carmen dio un nuevo bostezo mientras miraba su sombra bajo los postes de luz. Nunca le había gustado la ciudad y ahora, cansada de caminar y viajar toda la noche, le parecía en especial repulsiva. Faltaba poco para llegar a casa de sus primos; ahí se encontraba su madre enferma, esperando por sus hijos.
Cuando sintió los primeros rayos de sol tocar su espalda, se detuvo a tomar un poco de atole en la entrada de una panadería. Inmediatamente pensó en Nachito y su misión de ayudarle a Eulalio. Sopló un poco sobre el humo que salía del vaso de unicel cuando de pronto sintió una ráfaga de viento chocar contra su rostro. Los vidrios de la panadería vibraron hasta agrietarse por las esquinas. Pedazos de ventana chocaron contra el concreto de las banquetas. La gente gritaba sin saber lo que ocurría. El sonido de un trueno llegó a oídos de todos y una nube de fuego se asomó a lo que parecía ser las faldas del Chiquihuite. Carmen salió corriendo en dirección a casa de sus primos.
Por primera vez en aquella casa, la televisión estaba encendida a esa hora de la mañana. Las caras de las personas iluminadas por la luz de la pantalla luchaban por no caer en el llanto. Todos salieron de sí mismos ante los golpes desesperados que impactaban contra el zaguán. Carmen entró llorando con el dibujo de Nachito en la mano, se acercó al televisor y se dejó caer poco a poco en uno de los sillones mientras su llanto cesaba.
Después de hora y media de estruendos, Carmen dormía bajo los brazos de su madre, cuya enfermedad había escapado con las lágrimas. El dibujo de Nachito adornaba la alfombra con ese color naranja que reinaba la hoja de papel.

Después de más de cuatro horas de trabajo, por fin los bomberos han apaciguado las últimas llamas que hace unos momentos constituían el rastro de toda una catástrofe. Cientos de restos humanos descansan bajo los escombros y, al parecer, los únicos seres que han conseguido mantenerse en pie son los cuerpos calcinados de burros y algunos animales de ganado que perdieron la vida instantáneamente. Cientos de huellas de pies descalzos inundan el suelo de lo que hace unas horas no era más que un poblado tranquilo a las afueras de la ciudad. Una serie de explosiones causadas por una fuga de combustible gaseoso liquidaron a más de la mitad de la población de San Juan Ixhuatepec, mejor conocido como San Juanico. Informando desde el lugar de los hechos, Sergio… - la pantalla del televisor se apagó.
Más de un silencio quedó frágil ese mediodía.


El deportivo Francisco Gavilondo Soler fue construido sobre los restos del incidente,
al igual que una estación de bomberos. Los restos de las víctimas no
identificadas descansan en una fosa común en el cerro de Caracoles.

1 comentario:

  1. Hola Eric Ángeles:

    Claro que me gustaría participar en su revista, a que mail te mando los poemas?
    No importa que ya hayan sido publicados o tienen que ser inéditos?

    Va un abrazo.

    Mijail Lamas
    miheteronimo@gmail.com

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